Durante las dos primeras semanas de octubre, el pueblo de Ecuador desenvolvió la lucha más combativa y violenta que se haya dado en el país en los últimos 50 años. Tras arrodillarse completamente ante las medidas impuestas por el imperialismo a través del Fondo Monetario Internacional (FMI), el régimen reaccionario del vendepatria Lenin Moreno enfrentó la decidida furia de obreros, campesinos -principalmente pobres-, estudiantes y trabajadores en general. Las grandes jornadas de lucha lograron revertir una de las medidas más odiadas por las masas populares, dejando grandes lecciones políticas, entre ellas que la rebelión del pueblo se justifica completamente y que sin conquistar el poder todo es una ilusión.

Al igual que en Chile, las masas ecuatorianas se rebelaron inicialmente de manera espontánea, sin dirección política y dejando atrás el temor. La chispa que encendió la pradera fue la aprobación de un paquete de medidas económicas impuestas por el imperialismo yanqui a través del FMI que elimina conquistas laborales, precariza el trabajo y eleva el precio de los combustibles al derogar el decreto 883 que establecía estos subsidios.
Urgentemente, el gobierno reaccionario de Moreno decretó el estado de emergencia para todo el país, buscando en vano detener la creciente protesta popular. De tal forma, todo el aparato militar fue volcado a las calles y carreteras del país, estableciéndose en los hechos un verdadero estado de sitio.
En un comienzo se plegaron al paro los transportistas, paralizándose efectivamente el país. Sin embargo, terminaron negociando con el gobierno y levantaron la medida a los tres días, inevitable actitud de clase que tiene la pequeña y mediana burguesía sin dirección proletaria. No obstante, las movilizaciones y combates callejeros contra las fuerzas represivas se potenciaron gracias a la incorporación de las masas campesinas e indígenas, desbordando a los dirigentes oportunistas y causando deshonrosos repliegues a la policía y ejército.

Verdaderos escenarios de guerra

Si bien existieron múltiples fuerzas políticas en conflicto con el gobierno, las acciones de protesta más combativas, que inclusive tomaron ribetes de enfrentamiento militarizado, fueron dirigidas por organizaciones clasistas que supieron potenciar la incontenible energía de las masas, tanto en el campo como en la ciudad.
Sectores estratégicos del régimen burocrático-latifundista fueron tomados por las masas, tales como los pozos petrolíferos, la neutralización de las exportaciones latifundistas de flores, viaductos, antenas de telecomunicaciones, destacando las acciones emprendidas por los campesinos de las provincias de Cotopaxi e Imbabura, hechos todos que se enrumban en el camino revolucionario de cercar las ciudades desde el campo y desarrollar la huelga nacional contra la reacción. Inclusive, el gobierno de Moreno tuvo que trasladar temporalmente su sede desde la capital Quito hacia Guayaquil, ya que la protesta apuntaba a tomar la Asamblea Nacional de Ecuador (poder legislativo, similar al Congreso de Chile) y el Palacio de Carondelet (poder ejecutivo, análogo a La Moneda).
Las cifras oficiales sobre las bajas del lado de la reacción son contundentes: 26 puestos de policía arrasados, 108 vehículos policiales destruidos, 2 blindados quemados, 435 efectivos heridos, 6 gobernaciones provinciales tomadas y 1.228 rutas cortadas por las masas. Del lado del pueblo hubo 1.507 heridos, de los cuales 7 fueron mutilados ocularmente por perdigones disparados al rostro, 1.330 detenidos y 12 mártires asesinados.
En respuesta a los crímenes del viejo Estado, es preciso destacar la retención de policías por parte de los campesinos, los que fueron conducidos al edificio donde se concentraban las delegaciones de las distintas organizaciones en pie de lucha. Allí fueron quitados sus uniformes, vestidos como campesinos y obligados a cargar el ataúd de unos de los compañeros asesinados por la represión, acción de inconmensurable carácter simbólico que evidencia la responsabilidad política del gobierno y sus ministros al arrojar las fuerzas armadas contra el pueblo.

Luchar, fracasar y volver a luchar hasta la victoria final

Finalmente, el régimen reaccionario de Moreno terminó retractándose de la derogación del decreto 883 tras negociar con una delegación indígena, pero sin tocar otras importantes medidas antipopulares, tales como la reforma al Código del Trabajo, rebaja de salarios, despidos masivos y precarización del trabajo. Ante esta situación queremos destacar un extracto del análisis político hecho por el Frente de Defensa de las Luchas del Pueblo de Ecuador: “El aporte de los indígenas a esta rebelión fue de suma importancia. Sin embargo, hay que señalar que si bien es cierto en determinados momentos combatieron con firmeza y con violencia revolucionaria (sobre todo la población joven que no acató la disposición de realizar manifestación pacífica por parte de sus dirigentes), también tuvo en su seno a manifestantes y dirigentes ambiguos al detener y hasta neutralizar a quienes no pertenecían a sus colectivos y que utilizaban la violencia revolucionaria como forma de lucha.
(…) Al grito de “infiltrados” hacían verdaderos cercos sobre los jóvenes, luchadores populares, sindicalistas y masas en general que querían atizar de manera decidida y violenta la rebelión.
La presencia indígena fue utilizada por el régimen para aislar al campesinado pobre, a los trabajadores y miembros de sindicatos combativos y estudiantes conscientes, eliminando la relativa dirección proletaria que tenía la brega en curso. No sólo eso, el régimen aplicando una estrategia de contrainformación logró estigmatizar a los movimientos y organizaciones populares en lucha y que no pertenecían a la CONAIE (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador) y demás organizaciones indígenas como “correístas”, pandilleros y vándalos”
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Este balance alcanzado tras las gloriosas luchas de Ecuador es muy importante. Refleja que la mera condición de indígena no asegura estar del lado del pueblo y tampoco que bajo su dirección el movimiento revolucionario tome el rumbo correcto que permita a las masas arrebatar conquistas cruciales a la reacción. También dentro de los pueblos indígenas existen diferentes clases sociales y diferentes intereses de clase, y los revolucionarios deben luchar porque se imponga la dirección proletaria, única capaz de ser consecuente y llevar la lucha hasta la transformación completa de la vieja sociedad en beneficio de todas las clases revolucionarias y no de pequeños grupos oportunistas y revisionistas.

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